martes, 14 de octubre de 2008

LA PALABRA INVIERNO, QUÉ SONIDO DE TAMBOR LÚGUBRE TIENE.


Adiós, chica de la foto.
Tu necesidad de compromiso, tus celos, tu dependencia de mí eran ya una carga que yo soportaba con resignación, ¿verdad? No me atrevía, sin duda por lástima, a decirte abiertamente que me dejaras en paz, pero en realidad yo estaba deseando que te marcharas, que me dejaras tranquilo, ¿no?
No sé por qué tengo entonces que sentir ahora este ahogo, esta sensación (ah, vieja amiga, al fin solos otra vez) de que a ratos se me olvida respirar, esta ligera opresión en el pecho.
Mañana miércoles (bueno, hoy miércoles, debería decir, pues ya son las doce y media) tengo que levantarme muy temprano, pero todavía no me atrevo a acostarme y apagar la luz. Estoy retrasando ese momento, en el que parece uno se queda a solas de verdad, con diversos pretextos; por ejemplo: escribir esta absurda entrada en el blog.
Siempre me conmovió un poco mirar esta foto en la que avanzas alegre, ligeramente rubia hacia la cámara. Aun no te conocía cuando te hicieron esa foto, pero al mirarla no podía evitar a veces imaginar que era hacia mí hacia quien venías a través del tiempo, como en aquellos novelones de Daphne du Maurier, y que era yo quien te esperaba inmóvil, sonriendo también, aunque un poco más moreno, por supuesto.
Resumiendo: nada que no pueda controlar. Por fin me he librado de ti. Era lo que yo quería, sí. Pero qué amenazadores empiezan a parecerme los nombres de los meses.